Por Luis Fuentes
En el extremo austral del continente, donde el viento barre la historia y la tierra guarda secretos milenarios, la arqueología ha encontrado una aliada inesperada: la fotografía. En su trabajo “Arqueología con fotografías”, la investigadora Dánae Fiore propone una mirada innovadora sobre cómo las imágenes históricas pueden convertirse en fuentes valiosas para el estudio de culturas desaparecidas, especialmente en contextos donde la evidencia material es escasa o efímera.
Más allá del registro: la fotografía como artefacto
Tradicionalmente, la fotografía ha sido utilizada en arqueología como herramienta de documentación. Sin embargo, Fiore plantea que estas imágenes no solo registran, sino que también revelan. Las fotografías histórico-etnográficas —aquellas tomadas por exploradores, misioneros o científicos en siglos pasados— pueden ofrecer pistas sobre prácticas sociales, cultura material y modos de vida que no dejan huella en el registro arqueológico.
La autora propone entender la fotografía como un artefacto en sí mismo, sujeto a procesos de producción, circulación y consumo. Desde la elección del encuadre hasta la edición posterior, cada imagen está influida por las intenciones del fotógrafo y, sorprendentemente, también por la agencia de los sujetos fotografiados.
Tierra del Fuego: un caso de estudio
El corazón del trabajo de Fiore se centra en las sociedades Selk’nam y Yámana de Tierra del Fuego. A través del análisis de 173 fotografías tomadas entre fines del siglo XIX y principios del XX, la autora estudia las pinturas corporales de estos pueblos, una práctica artística de baja visibilidad arqueológica.
Los resultados son reveladores: mientras los Selk’nam eran retratados completamente desnudos durante ceremonias como el hain, los Yámana aparecían semi-cubiertos en el kina. Esta diferencia, lejos de ser casual, refleja distintas actitudes frente a la desnudez y la ritualidad, posiblemente influenciadas por el grado de transculturación que cada grupo vivía.
Además, el estudio identifica 49 motivos pictóricos en los Selk’nam y 33 en los Yámana, con solo 9 en común. Esto sugiere una notable independencia creativa entre ambas culturas, a pesar de compartir elementos básicos como líneas, puntos y bandas.
La subjetividad en la imagen
Fiore también destaca cómo los sujetos fotografiados influyeron en el proceso. Desde la resistencia a ser retratados sin máscaras —como ocurrió con los Selk’nam durante el hain— hasta la edición posterior de imágenes a pedido de los propios retratados, como el caso de Angela Loij, quien pidió borrar la pintura facial aplicada solo para la foto.
Estos gestos revelan que los pueblos originarios no fueron meros objetos de estudio, sino agentes activos en la construcción de su imagen.
Arqueología de lo efímero
El trabajo de Fiore abre una puerta hacia una arqueología que no se limita a lo tangible. Las fotografías permiten estudiar aspectos fugaces de la cultura, como la pintura corporal, que no dejan rastros físicos pero sí visuales. En este enfoque, la imagen se convierte en testimonio, en documento, en voz.
Así, la arqueología con fotografías no solo reconstruye el pasado, sino que también cuestiona cómo lo miramos. Porque, como bien señala Fiore, cada imagen es un cruce de miradas: la del fotógrafo, la del fotografiado y la del investigador que, décadas después, busca en ella las huellas de una historia que aún tiene mucho por contar.
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