Este artículo explora cuatro ideas sorprendentes de esta perspectiva, extraídas del trabajo del filósofo Juan Cid Vilela, quien articula estas ideas a partir de su propia experiencia como estudiante mapuche buscando aportar a su Nación. Prepárate para descubrir una filosofía que no solo busca interpretar el mundo, sino transformarlo de raíz.
1. La filosofía más urgente no es la de la cultura, sino la de la política
La filosofía occidental a menudo ve la política como una rama entre muchas. Esta perspectiva mapuche argumenta que, para un pueblo oprimido, la política no es una rama, es el suelo firme desde el cual toda otra filosofía debe crecer.
En un contexto de opresión histórica y presente, la prioridad no puede ser la reflexión sobre la cultura o la cosmovisión, sino la filosofía política. La razón es directa: es la única herramienta que permite analizar las condiciones de dominación, comprender sus mecanismos y, fundamentalmente, buscar formas de revertirlas.
Centrarse únicamente en la cultura, advierte el autor, conlleva un riesgo profundo: puede convertirse en una "bella reflexión que no cambiaría el statu quo colonial". Peor aún, puede caer en el "extractivismo epistémico", una práctica donde el conocimiento ancestral se extrae "como se extraen materias primas para colonizarlas", sirviendo a carreras académicas individuales en lugar de al fortalecimiento colectivo de la Nación mapuche.
2. El "para qué" de una investigación es más importante que el "qué"
Si la prioridad es política, entonces el método mismo de producir conocimiento debe ser político. Esto nos lleva directamente a la segunda idea: el propósito de una investigación es más importante que su tema. Aquí, el argumento pivota de la prioridad a la práctica.
El autor traza una distinción crucial entre investigar un objeto (el "qué" es algo) y tener un objetivo (el "para qué" se investiga). Debatir sobre "qué" es un evento histórico puede llevar a desacuerdos interminables. En cambio, preguntarse "para qué" se produce un conocimiento revela el propósito político que subyace en todo análisis.
El objetivo no es simplemente elegir un bando, sino reconocer que el "hecho" histórico en sí mismo es moldeado por el objetivo político de quien lo describe. El texto lo ilustra con el ejemplo de la llamada "campaña del desierto". Por un lado, la visión del Estado, representada por el comandante Manuel Prado, la define como una "gesta heroica". Por otro, la historiadora Pilar Pérez la cataloga como un "genocidio fundante". El punto no es caer en un relativismo, sino demostrar cómo el objetivo de cada autor —reivindicar al Estado en un caso, condenarlo en el otro— define la construcción del hecho.
Desde esta perspectiva, el conocimiento más valioso es aquel cuyo objetivo es explícitamente "apoyar la lucha contra la situación desigual en la que vive la población mapuche".
3. La academia puede ser una trampa colonial (y empieza por el lenguaje)
Una vez que empezamos a preguntar "para qué", inevitablemente debemos analizar las instituciones donde se produce el conocimiento. Esto revela una peligrosa trampa. Al ser parte de la estructura del Estado, las universidades responden inherentemente a una ideología estatal. Por lo tanto, una investigación sobre el pueblo mapuche sin un objetivo político explícito puede, sin quererlo, terminar sirviendo a los fines del mismo Estado que perpetúa la opresión.
Un ejemplo potente es el lenguaje. Investigadores que estudian temas mapuche pero se refieren al territorio como "Patagonia" en lugar de "Wallmapu" están reproduciendo las fronteras impuestas por los Estados argentino y chileno. Esta elección socava el concepto mapuche de una Nación unificada "sin fronteras y de mar a mar" y a menudo impide "compartir experiencias de ambos lados de la cordillera". El gesto, aparentemente menor, tiene profundas implicaciones geopolíticas.
El filósofo Frantz Fanon describió el dilema del intelectual que, aunque colonizado, busca el avance individual dentro del sistema colonial. La meta, a menudo inconsciente, no es derrocar la estructura, sino ocupar un lugar privilegiado dentro de ella.
El intelectual colonizado ha invertido su agresividad en su voluntad apenas velada de asimilarse al mundo colonial. Ha puesto su agresividad al servicio de sus propios intereses, de sus intereses de individuo. […] Lo que exigen no es el status del colono, sino el lugar del colono. (Fanon, 1983, 53)
4. No se trata de crear una filosofía "pura", sino una filosofía útil
¿Cómo se construye, entonces, una "filosofía mapuche"? El objetivo no es inventar un sistema de pensamiento "puramente original" desde cero. Ese camino, advierte el autor, es otra trampa que puede conducir a un "nuevo etnocentrismo" o a una "idealización, que de forma acrítica resaltaría todo lo que producen las personas mapuche".
En su lugar, se propone la perspectiva del filósofo Leopoldo Zea. Una filosofía se vuelve "mapuche" no porque trate temas predeterminados o busque una esencia perdida, sino porque son los propios mapuche quienes la practican para "resolver nuestros problemas, los problemas del hombre en una determinada circunstancia". La utilidad prima sobre la pureza.
Leopoldo Zea lo resume así:
"Filosofar, pura y simplemente filosofar, para resolver nuestros problemas, los problemas del hombre en una determinada circunstancia, la propia de todo hombre, para que a partir de nuestras reflexiones ofrezcamos, no ya una filosofía original, que ésa se dará naturalmente, sino nuestra aportación a una tarea que es ya común a todos los hombres y, por ende, a todos los pueblos, a partir del nuestro, sin discriminación alguna". (Zea, 1969, 24)
Un Llamado a la Acción Intelectual
Estas cuatro ideas no son una lista de puntos, sino una progresión lógica que conforma un verdadero programa de trabajo. El autor lo define como una propedéutica: una disciplina preparatoria que establece el "suelo firme" para toda la producción de conocimiento. La filosofía política se convierte así en la base necesaria para cualquier otra reflexión, sea cultural, artística o científica.
El fin último es reorientar la investigación para que deje de ser un fin en sí misma y se convierta en una herramienta para "transformar la realidad opresiva" de la Nación mapuche, beneficiando al colectivo por encima del individuo.
Estas ideas nos dejan con una pregunta que resuena mucho más allá de este contexto. Frente a las injusticias que vemos en el mundo, ¿nos hemos preguntado alguna vez para qué sirve realmente el conocimiento que producimos y consumimos?

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