Kant soñó con la paz perpetua. América Latina tiene una respuesta inesperada.



En el corazón de la Ilustración, el filósofo Immanuel Kant nos legó una de las ideas más optimistas y poderosas de la política moderna: la posibilidad de una "paz perpetua". Un mundo sin guerras, regido por la razón, el derecho y la cooperación entre naciones libres. Su visión es tan influyente que moldea desde el derecho internacional hasta las instituciones globales que conocemos hoy.

Pero, ¿qué ocurre cuando una teoría concebida en la Europa del siglo XVIII se enfrenta a las complejas realidades de América Latina? ¿Qué pasa cuando este gran diseño choca con siglos de historia colonial, profundas desigualdades y una diversidad cultural que desafía cualquier modelo único? Este artículo explora las lecciones sorprendentes que surgen de ese encuentro, demostrando que la paz, vista desde el Sur, es mucho más que la ausencia de guerra.


1. El punto ciego de Kant: Por qué un plan "universal" no funciona en todas partes

Aunque la idea de Kant es inspiradora, su marco presenta obstáculos fundamentales cuando se intenta aplicar en América Latina. No se trata de pequeños ajustes, sino de puntos ciegos estructurales que revelan las limitaciones de su visión.

Se pueden identificar tres barreras centrales:

  • El Estado-nación como único modelo. Kant basó su plan en la idea del Estado-nación europeo. Sin embargo, esta concepción ignora por completo las formas de organización comunitaria que han existido por siglos en América Latina, como las estructuras de gobierno indígena y las redes de apoyo afrodescendientes.
  • La subestimación de la desigualdad. El plan kantiano asume un campo de juego más o menos nivelado, pero omite la desigualdad socioeconómica como una de las principales causas de conflicto. En una región donde el 32% de la población vive en la pobreza, la paz no puede separarse de la justicia social.
  • Una sola ley para todos. El "derecho cosmopolita" de Kant, que busca reglas universales, entra en tensión directa con el pluralismo jurídico real de la región. En países como Bolivia o Colombia coexisten el sistema de justicia estatal y los sistemas de justicia ancestral, cada uno con su propia lógica y legitimidad.

Resulta contraintuitivo que una de las filosofías más influyentes sobre la paz haya omitido las causas más profundas de la violencia en gran parte del mundo. Al enfocarse en acuerdos entre Estados, Kant no vio las luchas que se libran dentro de ellos por la tierra, la dignidad y el reconocimiento. Pero es precisamente en esas luchas internas—en las comunidades que resisten desde los márgenes—donde se encuentran las respuestas más innovadoras.


2. Más allá del Estado: El poder de las comunidades para construir la paz

La crítica a Kant no es un callejón sin salida, sino una puerta para descubrir otras formas de entender y construir la paz. En América Latina, la paz no siempre se decreta desde arriba; a menudo, se teje desde abajo, en el corazón de las comunidades.

Un ejemplo clave es el movimiento zapatista en Chiapas, México. Durante décadas, han desarrollado un modelo de autogobierno basado en asambleas comunitarias y democracia directa. Su sistema es una alternativa real al Estado-nación centralizado que imaginó Kant, demostrando que la estabilidad puede surgir del consenso horizontal, un concepto ajeno al formalismo jurídico europeo.

Otro caso poderoso es el sistema de justicia Maya Q’eqchi’ en Guatemala. A diferencia del derecho occidental, que se centra en el castigo individual, su enfoque se basa en la reparación comunitaria y la restauración del equilibrio social. No se trata de quién gana o pierde, sino de cómo la comunidad puede sanar.

Según pensadores como Boaventura De Sousa Santos, estas no son simplemente prácticas locales, sino "epistemologías del Sur": formas de conocimiento que nacen en los márgenes y desafían la idea de que existe un único modelo universal para la justicia y la convivencia.


3. La paz no es un decreto, es una lucha: Justicia, memoria y reparación

En América Latina, la paz es inseparable de la justicia social y la reparación histórica. Esta visión contrasta fuertemente con el enfoque más formal y jurídico de Kant, centrado en tratados y constituciones.

Aquí resuena el concepto de "paz positiva" del sociólogo Johan Galtung: la verdadera paz no es solo la ausencia de violencia directa, sino la presencia activa de justicia estructural. Proyectos como la restitución de tierras a comunidades afrodescendientes en Colombia o las continuas demandas de justicia transicional en Guatemala demuestran que no puede haber paz duradera sin saldar las deudas históricas.

Si la "paz positiva" de Galtung es el destino, la "ética de la resistencia" que propone el filósofo Ángel Papacchini es el mapa para llegar allí. Analizando conflictos como el colombiano, Papacchini advirtió cómo la violencia prolongada "corroe el tejido ético de la sociedad". Frente a esto, propuso una paz sostenida sobre tres pilares innegociables: la memoria histórica para no repetir la violencia, la educación en derechos humanos como antídoto contra la indiferencia, y la participación ciudadana como barrera frente al autoritarismo. La paz, en este sentido, no es un estado final, sino una lucha constante por la dignidad.


4. Reinventando a Kant desde el Sur: Hacia un modelo de paz "híbrido"

El objetivo no es descartar por completo a Kant, sino entablar un diálogo crítico que revitalice su pensamiento. De este diálogo surge la propuesta de un "modelo híbrido" de paz: uno que integra los principios éticos universales de Kant, como la dignidad humana, con las prácticas, saberes y luchas concretas de América Latina.

¿Cómo funcionaría este modelo en la práctica?

  • La "federación de Estados" de Kant podría reimaginarse para reemplazar el Estado-nación por redes plurinacionales que integren actores subestatales, donde se reconozcan y respeten las autonomías indígenas junto a las soberanías estatales.
  • La "constitución republicana" podría ampliarse para incluir formas de participación que van más allá del voto, como los presupuestos participativos que ya existen en ciudades de la región, o las asambleas comunitarias como forma legítima de toma de decisiones.

Esta perspectiva demuestra que América Latina no es un receptor pasivo de teorías europeas, sino un "laboratorio vivo" donde la filosofía política se pone a prueba, se adapta y se reinventa para responder a desafíos reales.


Conclusión: ¿Y si la paz no es un destino, sino un camino?

Si algo nos enseña el diálogo entre Kant y América Latina es que la paz no es un concepto único y abstracto que se pueda importar. Es, en cambio, un proceso diverso, contextual y en constante construcción. La lección final es que la paz, en su expresión más auténtica, es un verbo antes que un sustantivo: un acto cotidiano de resistencia, de negociación, de cuidado y de creación colectiva.

La paz perpetua, si ha de ser algo más que una quimera, debe escribirse en plural, con tinta de dignidad y páginas abiertas a la diversidad.

En un mundo que busca soluciones universales, ¿estamos prestando suficiente atención a la sabiduría que se teje en los márgenes?

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