Poder, Cabello y Resistencia: 5 Historias Ocultas en los Cuerpos de las Mujeres Aymara


La historia no solo se encuentra en los libros de texto o en los archivos polvorientos; está inscrita de forma indeleble en nuestros cuerpos, en las costumbres que damos por sentadas y en las identidades que construimos. Un fascinante estudio sobre las mujeres aymaras del norte de Chile nos abre una ventana para entender cómo operan el poder, el racismo y la resistencia de formas sutiles pero increíblemente profundas. A través de sus vivencias, podemos leer las huellas de un pasado colonial que sigue muy presente. A continuación, compartimos cinco de los hallazgos más sorprendentes y reveladores de esta investigación.


1. La Escuela: Un Arma de Doble Filo para "Civilizar"

La Escuela: Un Arma de Doble Filo para "Civilizar"

En el siglo XX, la Escuela Nacional chilena funcionó como un dispositivo clave para imponer no solo la "chilenidad", sino también un "sistema colonial moderno de género". Irónicamente, fueron los propios líderes comunitarios aymaras quienes, en un inicio, solicitaron la instalación de escuelas, buscando una vía para integrarse al nuevo estado. Sin embargo, esta herramienta de progreso se reveló como un arma de doble filo. Su objetivo iba mucho más allá de la alfabetización; buscaba activamente devaluar la lengua aymara y los saberes ancestrales, considerándolos un símbolo de "atraso". Para asegurar la asistencia, el Estado no dudó en usar la coerción, enviando a la policía para amenazar a los padres con multas o cárcel.

Este proceso tuvo un impacto de género muy marcado. Los hombres fueron escolarizados primero y, al aprender castellano, se integraron antes al mundo del trabajo asalariado. Las mujeres, al ingresar más tarde al sistema y conservar por más tiempo la lengua aymara, fueron vistas como la encarnación de lo "primitivo" que había que superar. Esta devaluación fue internalizada dolorosamente, como lo ilustra el testimonio de una mujer de Isluga:

Mis hermanos también se criaron en Camiña, pero ellos iban a la escuela. Yo no he entrao a la escuela, no sé leer, no sé escribir. He condenado mucho a mi padre, a mi madre. [...] ¿Quién tiene la culpa? Mi papá y mi mamá. ¿Por qué me cría así?; ignorancia de gente antigua es, muy ignorante era; quiere que estudie su hijo nomás, ¡a la niña no pone!.

2. Los Centros de Madres: Control Estatal y Astucia Femenina

Los Centros de Madres: Control Estatal y Astucia Femenina

Impulsados por la dictadura de Augusto Pinochet, los Centros de Madres fueron diseñados como una herramienta de control político y clientelismo. Su propósito era imponer la ideología del régimen y asegurar la lealtad de las comunidades a cambio de asistencia estatal.

Sin embargo, ocurrió algo inesperado. Las mujeres aymaras de comunidades como Isluga y Cariquima se apropiaron de estos espacios impuestos y los convirtieron en plataformas para sus propios fines. Al principio, los hombres de la comunidad insistían en participar en las reuniones, argumentando que debían "apoyar" a las mujeres que no hablaban bien el castellano, ejerciendo una sutil vigilancia. Pero las mujeres perseveraron. No solo insistieron en que los centros sirvieran para comercializar sus textiles y generar ingresos propios, sino que los usaron para reivindicar su autonomía. Un ejemplo extraordinario tuvo lugar en el Centro de Madres de Central Citani en 1982. Previo a una fiesta patronal, las mujeres redactaron un acta estableciendo que tendrían la libertad de bailar con quien quisieran sin ser agredidas por sus esposos, y que cualquier hombre que incumpliera la norma sería sancionado. Así, un espacio diseñado para el control se transformó en un bastión de solidaridad económica y liberación femenina.

3. "Soy India": De Insulto a Grito de Resistencia

"Soy India": De Insulto a Grito de Resistencia

Históricamente, la palabra "indio/a" fue un estigma colonial, una marca de inferioridad que impulsaba un doloroso proceso de "desindianización". Para evitar la discriminación, muchas personas abandonaban su lengua y costumbres. Este proceso de asimilación se vio desafiado en los años 80 por un movimiento juvenil que proclamaba "el indio es bello".

La investigación etnográfica reveló un proceso paralelo, más íntimo y visceral. En momentos de confianza, a menudo durante festividades donde el alcohol desataba las emociones, entre "llantos y risas", las mujeres afirmaban con fuerza: "soy india, así sabemos ser. ¡Indias somos! ¡Gente sufrida, somos!". Al hacerlo, resignificaban el término. Ya no era un insulto impuesto, sino una expresión de identidad, una forma de nombrar una memoria colectiva de sufrimiento, pero también de persistencia. Este proceso fue desigual: como los hombres se asimilaron más rápido a la cultura chilena, a menudo calificaban a las mujeres de "más indias" por conservar su lengua, sin darse cuenta de que en esa supuesta debilidad residía una profunda fortaleza.

4. El Cuerpo como Territorio en Disputa

El Cuerpo como Territorio en Disputa

El campo de batalla principal donde se inscribió el poder colonial fue el cuerpo de las mujeres. Cada aspecto de su apariencia y comportamiento fue examinado, juzgado y disciplinado.

  • El peinado: El número de trenzas no era un simple adorno, sino un código de identidad comunal. Las mujeres de Chipaya llevaban todo el pelo trenzado, las de Isluga cuatro o dos trenzas, las de Cariquima una cola de caballo, y las de Sabaya usaban tulmas ornamentales. La escuela, al imponer un estándar de cabello "ordenado", sancionaba y borraba estas distinciones.
  • La vestimenta: El akso (vestido tradicional) y el rebozo fueron desplazados por la ropa industrial, símbolo de "progreso". Mientras los hombres adoptaron la vestimenta occidental mucho antes, el cuerpo femenino quedó como el último bastión visible de la tradición.
  • Las normas corporales: En la escuela se enseñaba a ocultar la menstruación como algo vergonzoso, y se imponían formas "correctas" de sentarse que eran diferentes para hombres y mujeres, reforzando jerarquías de género.

Una anécdota de la autora del estudio lo ilustra vívidamente. Cuando las mujeres la vistieron con un akso para una fiesta, tuvieron que agregarle más enaguas, porque su cuerpo "delgado" no cumplía con el ideal estético local: "el akso requería una cintura gruesa y la caída de la falda debía ser amplia". Este gesto revela un choque profundo entre dos formas de entender y habitar el cuerpo.

5. Una Maternidad Más Parecida a la Tierra que al Cielo

Una Maternidad Más Parecida a la Tierra que al Cielo

La colonización también buscó imponer una nueva forma de entender la feminidad, basada en la ideología cristiana de la Virgen María: una maternidad trascendental, pura y desmaterializada. Sin embargo, la concepción aymara demostró ser profundamente resistente.

Para ellas, la maternidad está ligada a la Pachamama. Pero esta no es simplemente la "Madre Tierra"; es, en una concepción más precisa, "el suelo fértil de cuyas cosechas depende la vida de la humanidad". La madre no es una figura celestial, sino la que nutre, produce y reproduce la vida de la comunidad. Es una concepción anclada en el cuerpo, el trabajo y el territorio. Esta visión representó "un límite para la imposición de la noción de lo femenino, propia de la ideología cristiana", mostrando una increíble persistencia cultural que perdura hasta hoy.

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Conclusión: La Historia que Llevamos Puesta

Estos hallazgos demuestran que la colonialidad no es un evento del pasado, sino un proceso continuo que se manifiesta en la vida cotidiana. Los cuerpos de las mujeres subalternizadas son el lugar privilegiado de la memoria de la violencia, el archivo viviente donde se inscribe el poder. Pero son también, y sobre todo, el territorio de una inquebrantable resistencia.

Y tú, ¿de qué maneras la historia de tu propio territorio sigue viviendo en tu cuerpo y en tu forma de ver el mundo?

FUENTE: Cuerpos colonizados y devenir histórico de mujeres de ascendencia indígena en el norte de Chile | Vivian Gavilán, Universidad de Tarapacá , Departamento de Antropología, Arica, CHILE | vtgavilanv@academicos.uta.cl


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