Voces Robadas: 5 Verdades sobre la Esclavitud Indígena que Argentina Ocultó


Durante más de un siglo, la historia oficial argentina nos contó una versión simplificada de sí misma: la de una nación forjada en el crisol de la inmigración, orgullosamente blanca y europea. 

En este relato, los pueblos indígenas ocupaban un lugar marginal, fantasmal, como si se hubieran desvanecido tras el avance militar de la "Campaña del Desierto". Se nos habló de una "extinción", de un pasado superado para dar paso a la modernidad. Sin embargo, este es un mito fundacional construido sobre el silencio y el ocultamiento deliberado de una violencia sistemática.


Gracias a la paciente labor de recuperación de testimonios, hoy podemos acceder a una realidad mucho más compleja. No hubo una simple desaparición, sino un proyecto de destrucción social que incluyó la esclavitud de miles de mujeres y niños. Este borramiento creó lo que el historiador Diego Escolar denomina una "brecha autobiográfica", un vacío donde las historias de vida individuales deberían haber conectado el antes y el después de la conquista. Ahora, al reconstruir esas voces fragmentadas, podemos empezar a cerrar esa brecha y reescribir lo que creíamos saber. Este artículo revela cinco de los aspectos más impactantes de esa historia oculta, contada a través de las memorias de quienes la sobrevivieron.

1. La Esclavitud fue una Realidad en la Argentina "Moderna"

Contrario a la narrativa de progreso, la esclavitud de personas indígenas fue una práctica extendida en la Argentina de finales del siglo XIX, décadas después de que la Constitución de 1853 la aboliera formalmente. Aunque ilegal, la disposición forzada de miles de prisioneros, principalmente mujeres y niños, se convirtió en una realidad normalizada. La provincia de Mendoza fue uno de los principales destinos de estos traslados forzados, llegando a recibir entre 3.000 y 5.000 personas que fueron repartidas como mano de obra.

La demanda de sirvientes era tan alta que los periódicos de la época la documentaban sin tapujos. En 1879, el diario El Constitucional de Mendoza describía cómo el centro de distribución había sido "invadido por numerosas señoras y caballeros que iban a pedir chinas y chinitos para su servicio". El mismo artículo lamentaba que la oferta no alcanzara para cubrir la demanda, asegurando que se hubieran podido colocar "mil indiecitos de uno y otro sexo". Esta práctica, aceptada y promovida por las élites locales, revela la profunda contradicción de una nación que se proyectaba al mundo como moderna y liberal mientras sometía a miles a un régimen de servidumbre.

2. El Objetivo: "Hacerles Otra Naturaleza" y Borrar su Identidad

La estrategia de la conquista no buscaba únicamente la subyugación física, sino la aniquilación cultural y familiar. El objetivo era desarticular por completo los lazos comunitarios para asimilar a los supervivientes como individuos aislados, sin memoria ni identidad colectiva. Se trataba de un proyecto explícito de borramiento, como lo articulaba sin rodeos el diario El Nacional en 1862:

Y a los que aún no han saboreado el desenfreno separémosles de los miembros de su familia, hagámosles otra naturaleza, si así puede decirse, llevémosles donde no oigan jamás el nombre de sus padres; donde no puedan despertarse los instintos que corren en su sangre.

Este plan se ejecutó con una frialdad burocrática. La Iglesia Católica jugó un papel clave en el proceso, administrando los bautismos de los niños y adultos capturados. En las actas bautismales, los sacerdotes omitían sistemáticamente los nombres de los padres biológicos. En su lugar, se les asignaba un nombre en español y el apellido de sus "padrinos", quienes en realidad eran las mismas personas que se los habían apropiado. De este modo, el registro que debía garantizar su identidad se convertía en la herramienta para borrarla, legalizando su sujeción a sus nuevos amos.

3. Un Silencio Cómplice: El Encubrimiento de la Historia

Las élites políticas y académicas del siglo XX trabajaron activamente para ocultar esta realidad. Negar la esclavitud y la propia existencia indígena contemporánea era una forma de no incomodar a las familias que habían construido su poder y riqueza sobre el despojo. En este contexto, la figura del antropólogo Carlos Rusconi emerge como un "outsider". Entre 1939 y 1943, Rusconi se dedicó a una tarea monumental: entrevistar a los supervivientes ya ancianos, dispersos por toda Mendoza, preservando fragmentos de sus voces para la posteridad.

Su trabajo contrastaba brutalmente con la postura de la academia dominante. Un ejemplo flagrante de este encubrimiento fue la censura aplicada al trabajo del célebre antropólogo Alfred Métraux. En su texto original de 1929, Métraux describió sin rodeos la situación de los indígenas repartidos en Mendoza como "esclavos". Sin embargo, cuando su obra fue traducida al español y publicada por la Junta de Estudios Históricos de Mendoza en 1937, la palabra "esclavos" fue deliberadamente reemplazada por el eufemismo "sirvientes", y frases como "horribles y salvajes matanzas" fueron suavizadas o eliminadas.

Este no fue un caso aislado, sino parte de un consenso académico. Salvador Canals Frau, director del Instituto de Etnografía Americana de la Universidad Nacional de Cuyo, fue el epítome de esta postura. Canals Frau promovía activamente la idea de que los pueblos indígenas estaban extintos y aconsejaba no usar términos como "Huarpes" para referirse a personas vivas. Su motivación no era puramente teórica; era profundamente política. Advertía que reconocer la existencia indígena era "peligrosamente subversivo" en Mendoza, pues podía enfurecer a las élites locales que se habían apropiado de sus tierras y aguas. El silencio, por tanto, no fue una omisión pasiva, sino un acto de encubrimiento consciente para proteger intereses económicos y políticos.

4. La Resistencia de la Memoria: Las Vidas de Tomasa y María Isabel

Detrás de las cifras y los análisis históricos, están las vidas de quienes lo padecieron. Los testimonios recogidos por Rusconi nos permiten humanizar esta tragedia a través de historias personales de dolor, pero también de una increíble resiliencia.

* Tomasa Culipis provenía de la realeza indígena; tanto su padre, Antonio Kayutur, como su madre, Ana Culipis, y su tío, Andrés Culipis, eran caciques. Capturada junto a su familia, fue entregada al general Rufino Ortega en Mendoza y pasó gran parte de su vida como lavandera y sirvienta. A pesar del despojo, nunca olvidó quién era. En su vejez, se convirtió en una respetada machi (curandera), manteniendo vivas sus prácticas espirituales. Su amarga queja, registrada por Rusconi, resume la caída de la nobleza a la miseria: "Allá padre rico, muchos animales, aquí muy pobre, morir de hambre. Yo india, nadie mirar a mí." La injusticia la persiguió hasta el final: las tierras que Ortega le cedió en su vejez fueron expropiadas más tarde por los propios hijos del general.

* María Isabel Unepeo fue capturada ya de adulta, con unos 35 años, por lo que conservaba recuerdos nítidos de su vida en libertad en La Pampa. Para ella, la ciudad era una "gran cárcel de sacrificios y miserias". Esta percepción es aún más profunda si se considera que, en su vejez, recibía una pensión estatal. El modesto apoyo material no podía compensar la destrucción de su mundo, su familia y su libertad. Su memoria era un archivo viviente de su cultura. Más de cincuenta años después de su captura, pudo relatar con sumo detalle el complejo ritual funerario de un gran cacique, describiendo cada gesto sagrado. Su memoria no solo sobrevivió, sino que se convirtió en un acto de resistencia contra el olvido impuesto.

5. La Traición como Arma de Conquista

La historia de la "Campaña del Desierto" es más compleja que una simple guerra entre la "civilización y la barbarie". El testimonio de María Isabel Unepeo revela una de sus facetas más crueles: el uso del engaño como herramienta de conquista. Su padre, el cacique Maliqueo, había colaborado activamente con el ejército argentino, sirviendo como baqueano (guía experto) y persiguiendo a otros grupos indígenas con la esperanza de mantener la paz para su gente.

Sin embargo, como tantos otros líderes que buscaron la negociación, fue traicionado. María Isabel relató cómo, a pesar de las promesas de seguridad, las divisiones militares "han hecho caso omiso a palabras de seguridad dadas por los caciques amigos de mi padre y entonces arrasaron con todo". Su comunidad fue despojada, sus animales robados y su gente capturada y repartida. Este hecho desmonta el mito de una confrontación inevitable y expone la calculada estrategia de utilizar alianzas para luego aniquilar a quienes confiaron en la palabra del Estado.

Conclusión: Las Historias que Esperan ser Contadas

Las voces recuperadas de Tomasa, María Isabel y tantas otras mujeres desafían la historia oficial de Argentina, enriqueciéndola con una verdad incómoda pero necesaria. Su capacidad para recordar, para mantener vivas sus prácticas y para transmitir sus memorias a pesar del trauma y el desarraigo, constituye un profundo acto de resistencia. Sus historias no son una nota al pie del relato nacional; son una parte central y silenciada de lo que somos.

Sus testimonios nos obligan a mirar de frente las brutalidades sobre las que se construyó la nación moderna y a honrar la memoria de quienes fueron borrados del relato. La pregunta que queda flotando es inevitable: ¿Cuántas otras historias como las de Tomasa y María Isabel permanecen aún sin ser contadas, esperando en los márgenes de la historia oficial?


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