El extremo sur de América es un gran sistema de archipiélagos
conformado por casi seis mil islas e innumerables canales, fiordos, senos y
bahías que dibujan un laberinto de hasta ochenta mil kilómetros de costa. Desde
mediados del Holoceno medio, es decir, desde hace al menos 6500 años, este
extenso y accidentado paisaje marítimo fue el hogar de las poblaciones humanas
más australes del mundo.
AUTORES: Albert García-Piquer (UAB), Alfredo Prieto (UMAG), Robert Carracedo (UAB), Vanessa Navarrete (HERCULES Lab), Nelson Aguilera (UAB), Christian García, Raquel Piqué (UAB)
Artículo publicado originalmente en Despertaferro-ediciones.com
Estas poblaciones indígenas son, además, de los escasos grupos humanos que mantuvieron hasta tiempos recientes un modo de vida cazador-pescador-recolector volcado a los recursos del mar, caracterizado por una alta movilidad sobre sus canoas. Ello les granjeó el nombre de “canoeros”, o más poéticamente, “nómadas del mar”. Hoy en día, estas comunidades se reconocen étnica y lingüísticamente como Kawésqar, en los archipiélagos occidentales de Fuego-Patagonia, y Yagán, en el sector suroriental de Tierra del Fuego.
En 2018 iniciamos un proyecto arqueológico en el denominado “mar interior de Última Esperanza” (región de Magallanes, Chile). El proyecto partió de una colaboración entre investigadores chileno-catalanes de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y la Universidad de Magallanes-Centro de Investigación GAIA Antártica (GAIA-UMAG), sumándose más adelante otras instituciones internacionales, como el Centro Austral de Investigaciones Científicas (Ushuaia, Argentina) o el Laboratorio HERCULES-Universidad de Évora (Portugal). El proyecto ha contado para su realización con la financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación-Excavaciones arqueológicas en el exterior, de la Fundación PALARQ (España) y de la Fundación Prisma Austral (Chile). Cabe destacar la colaboración de la comunidad Kawésqar de Puerto Edén (Magallanes, Chile). Esta ha resultado tanto en la participación de sus miembros en los trabajos arqueológicos como en la realización de actividades didácticas y de divulgación en Puerto Edén por parte del equipo investigador.
Los primeros trabajos arqueológicos en Fuego-Patagonia datan de 1930. En las últimas décadas, la investigación se ha desarrollado considerablemente, aunque focalizada en determinadas zonas, frecuentemente las más accesibles, como la zona central del Estrecho de Magallanes o la costa norte del canal Beagle. Sólo ocasionalmente se han realizado exploraciones o excavaciones en islas y canales fuera de estas zonas, principalmente debido a lo costos que supone en términos materiales al requerir de una embarcación adecuada.
Así, nuestro proyecto surgió con una doble motivación. Por un lado, el estudio arqueológico de áreas prácticamente desconocidas como el mar interior de Última Esperanza permiten reconstruir la historia antigua de las comunidades canoeras y comprender las diferentes estrategias sociales y económicas desarrolladas por los grupos cazadores-recolectores durante miles de años.
Por otro lado, la evidencia material de los “nómadas del mar” es una oportunidad para comprobar los límites y alcances de la metodología arqueológica. Un aspecto clave, en este sentido, es investigar la visibilidad arqueológica del uso de embarcaciones (fabricadas en materiales perecederos y, por tanto, difíciles de estudiar en contexto prehistóricos) y la gestión de los recursos del bosque, así como de las estrategias de movilidad asociadas a la navegación.
El mar interior de Última Esperanza
En la geografía del archipiélago de Fuego-Patagonia destacan tres amplios senos y golfos denominados “mares interiores”. Se trata de los mares de Otway, Skyring y Última Esperanza, los cuales ocupan un ecotono (ambiente mixto) entre el bosque frío de los canales y la vegetación de estepa de la costa patagónica. En estos ecosistemas semi-cerrados la precipitación es menor y las temperaturas relativamente más moderadas. También existe una mayor biodiversidad en lo que hace referencia a aves acuáticas y mamíferos terrestres como el huemul y el guanaco, un tipo de ciervo y un camélido, respectivamente, autóctonos de la Patagonia.
El mar interior de Última Esperanza está conformado por el golfo Almirante Montt, que se abre a distintos canales y senos circundantes, además de la costa continental e islas de variado tamaño. En comparación con los vecinos mares de Skyring y Otway, donde se habían descubierto previamente abundantes sitios arqueológicos, este mar interior apenas contaba con algunos trabajos puntuales.
La información de época histórica también es escasa. Aunque a partir de 1520, con el descubrimiento del Estrecho de Magallanes, fueron numerosos los navegantes, viajeros, colonos, misioneros y científicos que describieron el modo de vida de las comunidades canoeras históricas, pocos navegantes europeos se adentraron en las aguas de los mares interiores. Así, disponemos básicamente de dos fuentes históricas. La más antigua corresponde a la exploración del piloto y cosmógrafo Juan Ladrillero, el primer europeo en navegar el Estrecho de Magallanes en ambos sentidos. En febrero de 1557, vio a indígenas canoeros haciendo señales desde un campamento en la actual Isla Focus, en el centro del golfo. Ladrillero escribe que:
“es jente bien dispuesta; los hombres i las mujeres, pequeños, i de buen arte… Sus vestiduras son de cuero de venados, atados por el cuello, que les cubren hasta abajo de las rodillas. Traen sus vergüenzas de fuera, así los hombres, como las mujeres… Tienen canoas, de cáscaras de cipreses i de otros árboles… i con unas varas delgadas i cáscaras de árboles, donde quiera que Ilegan, hacen un rancho pequeño, donde se abrigan del agua i nieve.”
Ningún europeo volvió a recorrer estas aguas hasta el año 1830, a bordo de la goleta Beagle de la Misión Hidrográfica Inglesa, comandada por los Capitanes Philip Parker King y Fitz Roy. A esta expedición debemos la toponimia de la región (seno Poca Esperanza, Bahía Desengaño, seno Obstrucción, seno Última Esperanza) que registra elocuentemente la frustración de los navegantes ingleses en la búsqueda de pasos hacia y desde el océano Pacífico. También le debemos unos apuntes de gran interés antropológico y arqueológico. Señalan la abundancia de huemul en la costa continental del golfo (tanto que la bautizaron como las Llanuras de Diana) y de aves acuáticas en los canales. No avistaron ningún grupo canoero en el área, aunque Fitz Roy recoge en su crónica cómo el cirujano Benjamin Bynoe halló “numerosas wigwams [chozas en forma de domo] y canoas abandonadas.” Estas viviendas estaban construidas con ramas de árboles y algunas eran muy grandes: “dos eran como botes balleneros invertidos, cada una de las cuales podía albergar a cuarenta o cincuenta personas”. Además, “cerca de ellas se habían construido canoas, ya que muchos árboles habían sido talados y descortezados en las cercanías”. Estas observaciones son muy interesantes, pues apenas se han encontrado yacimientos arqueológicos con evidencia de fabricación de canoas en Fuego-Patagonia, a pesar de su evidente importancia.
La colonización europea en el área, a finales del siglo XIX, provocó el abandono del mar interior. Sin embargo, sabemos que algunas familias canoeras resistían en la zona hacia principios del siglo XX. Actualmente, los descendientes de estas familias conforman tres de las comunidades Kawésqar de Puerto Natales.
Los concheros de la isla Diego Portales
La primera campaña arqueológica se desarrolló en el extremo noreste de la isla Diego Portales el año 2019, la más grande del mar interior de Última Esperanza. La isla es un cuello de botella, permitiendo la comunicación marítima entre el interior del golfo y los canales occidentales, únicamente posible mediante dos estrechas angosturas, peligrosas incluso hoy en día para la navegación.
La prospección de este sector permitió identificar ocho yacimientos arqueológicos, con ubicación y características similares: a pocos metros de una playa y en primera línea del bosque, uno o más “concheros” (montículos de conchas y otros desechos alimentarios) cubiertos de vegetación, con hasta 1 m de altura. Las excavaciones arqueológicas realizadas en dos de estos yacimientos (Bahía Easter 1 y 2) evidenciaron la existencia de depósitos de conchero de 2000-1000 años de antigüedad, con grandes cantidades de animales consumidos (1900 restos recuperados en tres sondeos de 1 m2) y existencia de múltiples reocupaciones, algunas de ellas de carácter estacional, en primavera-verano.
El análisis de los restos de fauna indicó la caza de gran cantidad y diversidad de aves marinas y acuáticas, de mamíferos marinos, además de pesca y, por supuesto, recolección de moluscos. Curiosamente, los restos de huemul son abundantes. Una explicación es que fuera cazado en la costa continental y transportado en canoa hasta la isla. También se recuperaron herramientas en hueso, como punzones en ave o huemul, y un arpón hecho en ballena; y, en menor medida, instrumentos de piedra. La buena conservación de estos materiales orgánicos se debe al carbonato de calcio de las conchas que forma estos basureros, de lo contrario la acidez del bosque disolvería cualquier tipo de vestigio humano, menos los materiales líticos.
Los resultados obtenidos sugieren que el noreste de la isla Diego Portales fue un foco de ocupación recurrente durante al menos 1000 años, al ofrecer costas bien resguardadas del viento y en áreas estratégicas del mar interior, vinculando costa continental, canales interiores y mar exterior.
En los bosques de Diana
La pandemia del COVID-19 obligó a replanificar la continuación de los
trabajos arqueológicos en la región. La segunda campaña se ha podido realizar
en febrero de 2022, consistiendo en la prospección arqueológica del área de
Bahía Lastarria, en la costa sur-oriental del golfo Almirante Montt, un sector
de densos bosques que caen al mar. El análisis arqueológico está en curso, pero
los resultados preliminares contrastan con lo observado previamente en la isla
Diego Portales.
Los yacimientos arqueológicos no se ajustan simplemente al patrón de concheros de forma monticular cercanos a la playa, dando cuenta de un uso diferente del territorio, donde los conchales son aparentemente de menores dimensiones verticales, aunque posiblemente mayores en la dimensión horizontal.
La presencia de corrales de pesca, señalaría un uso diferente de los recursos de la bahía, donde por condiciones naturales, los moluscos no serían numerosos, pero donde sería posible acceder a un número importante de peces y a la caza del huemul.
Además, la prospección del bosque nativo ha ofrecido datos de gran relevancia, particularmente la documentación de marcas de descortezamiento a una distancia considerable de la costa. Por sus dimensiones y forma, estas marcas pueden ser atribuidas a la producción de canoas. Ello coincide con algunas descripciones etnográficas que señalan que los grupos canoeros podían internarse 1-2 km en el bosque en busca de árboles adecuados para la elaboración de las canoas de corteza.
Conclusiones y perspectivas
El trabajo arqueológico en Fuego-Patagonia no está exento de dificultades. Un litoral sinuoso, accidentado, que contiene grandes extensiones de turba y bosque cerrado. Una investigación condicionada a los ritmos de subida y bajada de la marea, a los requerimientos náuticos de las embarcaciones (como debió suceder, de otra manera, a los grupos canoeros) y, por supuesto, al verano austral cuando el clima, el estado del mar y las horas de luz son buenas.
Todo ello hace que ambas campañas nos hayan parecido demasiado breves en relación a la magnitud del paisaje y el número de interrogantes que quedan por resolver. Los resultados obtenidos hasta ahora permiten precisar mejor la organización tecnológica, la estrategia económica desarrollada y la flexibilidad en las estrategias cazadoras-recolectoras para adaptarse a las variaciones locales y temporales del mar interior de Última Esperanza.
Todavía desconocemos cuándo comenzó a poblarse este rincón del extremo sur del continente americano, y mediante qué rutas (¿desde el norte, el oeste, el sur?). Aunque hemos hallado en los árboles descortezados, evidencia de la construcción reciente de canoas, queda por encontrar o reconocer los astilleros donde las fabricaron. Pretendemos proseguir con estos trabajos, ampliando la investigación hacia el sector norte del mar interior, incluyendo nuevas islas y los llamativos “pasos de indio” que atraviesan los fiordos. Resulta paradójico que, mientras los navegantes europeos se desesperaban por encontrar una salida al océano Pacífico, los grupos canoeros se desplazaban sin problema por el laberinto de canales gracias a estos caminos, salvando muchos kilómetros y días de navegación al cargar sus ligeras canoas de corteza por tierra.
En suma, definir la antigüedad del poblamiento en la zona, su estacionalidad, las estrategias de subsistencia y movilidad, el uso del bosque y la construcción de canoas, el estudio de los denominados “Pasos de Indios”, la búsqueda de sitios de rituales, son algunos de los objetivos que se abordarán en los próximos años. Ello se hace más urgente ante la inminente instalación de la industria salmonera en la zona y su impacto medioambiental en una zona tan largamente alejada del avance del mundo industrial moderno.
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