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Alonso de Ercilla visto por Voltaire: "Este poema es más salvaje que las naciones que lo protagonizaron"

 


HACIA FINALES DEL SIGLO XVI, España produjo un poema épico célebre tanto por su singular belleza como por la originalidad del tema, y sobre todo por la personalidad del autor.

Fuente: ©Pehuén Editores, 2001 


Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, gentilhombre de la corte del Emperador Maximiliano II, se educó en la casa real de Felipe II, y luchó en la batalla de San Quintín donde los franceses fueron derrotados.

Felipe, que no estuvo en la batalla, menos celoso de aumentar su gloria en el extranjero que de consolidar su poder en el interior, volvió a España. El joven Alonso, animado por una insaciable avidez de verdadero saber, es decir, de conocer a los hombres y de ver mundo, viajó por toda Francia, recorrió Italia y Alemania y permaneció mucho tiempo en Inglaterra. Durante su estancia en Londres, supo que algunas provincias de Chile y Perú se habían sublevado contra los españoles, sus conquistadores. (Diré, de paso, que esta tentativa de los americanos de conseguir la libertad es considerada rebelión por los autores españoles). La pasión que tenía por la gloria y el deseo de ver y emprender acciones singulares lo llevaron a aquellos países del Nuevo Mundo.

Fue a Chile a la cabeza de algunas tropas y permaneció allí a lo largo de toda la guerra. En las fronteras de Chile por la parte sur, hay una zona montañosa llamada Araucana, habitada por una raza de hombres más robustos y feroces que todos los demás pueblos de América y que combatieron por la defensa de su libertad con más valor y durante más tiempo que el resto de los americanos, y fueron los últimos en ser sometidos por los españoles. Alonso sostuvo contra ellos una guerra larga y penosa, corrió peligros terribles, vio y realizó las acciones más asombrosas, cuya única recompensa fue el honor de haber conquistado, unas tierras rocosas y de someterlos a la obediencia del Rey de España.

En el transcurso de esta guerra, Alonso concibió el proyecto de inmortalizar a sus enemigos inmortalizándose a sí mismo. Fue al mismo tiempo el conquistador y el poeta: empleó los intervalos de tranquilidad que la campaña le dejaba para cantar las acciones de guerra, y a falta de papel, escribió la primera parte en pequeños trozos de cuero que después le dieron buen trabajo para ordenar y componer. El poema se llama La Araucana por el nombre de aquella zona.

Comienza con una descripción geográfica de Chile, de sus costumbres y de la forma de vivir de sus habitantes. Este principio, que sería insoportable en cualquier otro poema, se hace aquí necesario, y no disgusta puesto que la acción se desarrolla más allá del otro trópico, donde los héroes son gentes salvajes que hubieran sido absolutamente desconocidos para nosotros, si no los hubiera conquistado y celebrado.

El tema, que era nuevo, hizo nacer pensamientos nuevos. Voy a presentar uno al lector, como muestra, para poder comprobar la chispa de fuego que algunas veces animaba al autor.

“Los araucanos –decía– se quedaron muy sorprendidos al ver criaturas parecidas a los hombres llevando fuego en las manos y montados en monstruos que luchaban debajo de ellos. Al principio los tomaron por dioses descendidos del cielo, armados de truenos y seguidos de destrucción, y entonces se sometieron aunque con dificultad; pero al cabo del tiempo, habiéndose familiarizado con sus conquistadores, conocieron sus pasiones y sus vicios y decidieron que no eran más que hombres. Entonces, avergonzados de haber sucumbido a seres mortales parecidos a ellos mismos, juraron lavar su error con la sangre de aquéllos mismos que la habían provocado, e infligirles una venganza, ejemplar, terrible y memorable”.

Viene al caso hablar aquí de una parte del Canto II, que se parece mucho al principio de La Ilíada, y que habiendo sido tratado el tema de forma distinta merece ser sometida a los lectores para que juzguen con imparcialidad. La primera acción de La Araucana es una lucha entre los jefes de los bárbaros, igual como en Homero entre Aquiles y Agamenón. La disputa no es por un cautivo, sino por el mando del ejército. Cada uno de estos generales salvajes se vanagloria de sus méritos y de sus proezas, y la pelea es tan acalorada que están a punto de llegar a las armas; entonces uno de los caciques llamado Colo Colo tan viejo como Néstor, pero menos favorablemente dispuesto para con él que el héroe griego, lanza la siguiente arenga:

“Caciques, del Estado defensores,

codicia de mandar no me convida

a pesarme de veros pretensores

de cosa que a mí tanto era debida;

porque, según mi edad, ya veis, señores,

que estoy al otro mundo de partida;

más el amor que siempre, os he mostrado,

a bien aconsejamos me ha incitado.

 

“¿Por qué cargos honrosos pretendemos,

y ser en opinión grandes tenidos,

pues que negar al mundo no podemos

haber sido sujetos y vencidos?

Y en esto averiguarnos no queremos,

estando aun de españoles oprimidos:

mejor fuera esa furia ejecutalla,

contra el fiero enemigo en la batalla.

¿Qué furor es el vuestro, ¡oh, araucanos!,

que a perdición os lleva sin sentillo?

¿Contra vuestras entrañas tenéis manos,

y no contra al tirano en resistillo?

Teniendo tan a golpe a los cristianos,

volvéis contra vosotros el cuchillo?

Si gana de morir os ha movido,

no sea en tan bajo estado y abatido.

 

 “Volved las armas y ánimo furioso

a los pechos de aquellos que os han puesto

en dura sujeción, con afrentoso

partido, a todo el mundo manifiesto;

lanzad de vos el yugo vergonzoso;

mostrad vuestro valor y fuerza en esto:

no derraméis la sangre del Estado

que para redimirnos ha quedado.

 

“No me pesa de ver la lozanía

de vuestra corazón, antes me esfuerza;

más temo que esta vuestra valentía

por mal gobierno el buen camino tuerza,

que, vuelta entre nosotros la porfía,

degolléis vuestra patria con su fuerza:

cortad, pues, si ha de ser desa manera,

esta vieja garganta la primera.

 

“Que esta flaca persona, atormentada

de golpes de fortuna, no procura

sino el agudo filo de una espada,

pues no la acaba tanta desventura.

Aquella vida es bien afortunada

que la temprana muerte la asegura;

pero a nuestro bien público atendiendo,

quiero decir en esto lo que entiendo.

 

“Pares sois en valor y fortaleza;

el cielo os igualó en el nacimiento;

de linaje, de estado y de riqueza,

hizo a todos igual repartimiento;

y en singular por ánimo y grandeza

podéis tener del mundo el regimiento:

que este gracioso don, no, agradecido,

nos ha al presente término traído.

 

“En la virtud de vuestro brazo espero

que puede en breve tiempo remediarse;

mas ha de haber un capitán primero,

que todos por él quieran gobernarse,

éste será quien más un gran madero

sustentare en el hombro sin pararse;

y pues que sois iguales en la suerte,

procure cada cual de ser más fuerte

 

El anciano propone entonces el ejercicio digno de una nación bárbara: traer una inmensa viga y dar el mando a aquel que pueda sostenerla por más tiempo.

Como la mejor forma de perfeccionar nuestro gusto es comparar cosas de la misma naturaleza, no hay más que poner el discurso de Néstor al del Colo Colo renunciando a esta adoración que nuestros espíritus rinden al gran nombre de Homero, y sopesar las dos arengas en la balanza de la equidad y de la razón.

Después que Aquiles, instruido por Minerva, diosa de la sabiduría, dio a Agamenón los calificativos de borracho y de perro, el Sabio Néstor se levanta para calmar los ánimos irritados de estos dos héroes y habla de esta forma:

 

“¿Cuál será la satisfacción de los Troyanos

cuando tengan noticia de vuestras discordias?

Vuestra juventud debe respetar mis años y

someterse a mis consejos.

He conocido anteriormente héroes superiores a vosotros.

No, mis ojos ya no verán nunca más hombres parecidos

al invencible Pirithou, al valiente Ceneas, al divino Teseo, etc.

He hecho la guerra a su lado y, aunque yo era joven,

mi elocuencia persuasiva tenía poder sobre ellos.

Oyeron a Néstor, ¡jóvenes guerreros!

Escuchad pues los consejos de mi vejez.

Atride, no debes conservar el esclavo de

Aquiles; hijo de Tetis no debes tratar con altanería al jefe del ejército.

Aquiles es el más grande, el más valiente de los guerreros,

Agamenón es el más grande de los reyes”, etc.

 

Su arenga fue infructuosa. Agamenón alabó su elocuencia y despreció su consejo.

Considerar por una parte, la habilidad con la que el bárbaro Colo Colo se insinúa en el ánimo de los caciques, la dulzura respetuosa con la que calma su animosidad, la ternura majestuosa de sus palabras, hasta qué punto le anima el amor al país, cómo penetran en su corazón los sentimientos de la verdadera gloria, con qué prudencia ensalza su valor reprimiendo su furor, con qué arte evita dar la superioridad a ninguno de ellos: es un censor, un panegirista diestro; y por lo tanto todos se someten a sus razones, reconociendo la fuerza de su elocuencia, no mediante alabanzas vanas sino por la obediencia inmediata.

De otra parte, juzgad si Néstor es tan sabio al hablar de su sabiduría, si es tanto una forma segura de atraer la atención de los príncipes griegos, como de rebajarlos y considerarlos por debajo de sus antepasados, si toda la asamblea puede oír con alegría que Néstor diga que Aquiles es el más valiente de los jefes presentes. Y después de haber comparado el parloteo presuntuoso y descortés de Néstor con el discurso modesto y mesurado de Colo Colo; la odiosa diferencia de aquél otorga entre el rango de Agamenón, y el mérito de Aquiles, con esta igualdad de grandeza y de valor atribuidos con parte a todos los caciques, que el lector se pronuncie. Y si hay un general en el mundo que soporte de buena gana que se prefiera a un inferior por la valentía; si hay una asamblea que aguante sin sobresaltos el discurso de un hombre que le habla con desprecio y cante la gloria de sus antecesores a sus expensas, entonces se podrá preferir Homero a Alonso, en este caso particular.

Es verdad que si Alonso es superior a Homero en un solo pasaje, está en el resto por debajo del menor de los poetas. Uno se sorprende al verle caer tan bajo después de haberle visto volar tan alto. Sin duda hay mucho fuego en sus batallas, pero ninguna invención, ningún plan, ninguna variedad de las descripciones, ninguna unidad en la narración.

Este poema es más salvaje que las naciones que lo protagonizaron.

Hacia el final de la obra, el autor, que es uno de los principales héroes del poema, hace de noche un largo y aburrido camino seguido de algunos soldados, y para pasar el rato, hace surgir entre ellos una discusión sobre Virgilio y en especial sobre el episodio de Didon. Alonso aprovecha la ocasión para hablar con sus soldados de la muerte de Didon, tal como la cuentan los antiguos historiadores y para mejor desmentir a Virgilio y restituir su reputación a la reina de Cartago, se divierte discutiendo el asunto durante dos cantos enteros.

Además no es un defecto mediocre el que su poema se componga de treinta y seis cantos muy largos. Se puede suponer con razón que un autor que no sabe o no puede detenerse, no es merecedor de una tal carrera.

Tan gran número de defectos no impidió al célebre Miguel de Cervantes decir que La Araucana puede compararse con los mejores poemas de Italia. Sin duda el amor ciego a la patria es quien dictó al autor español un juicio tan falso. El verdadero y sólido amor a la patria es hacer lo mejor para ella y contribuir a su libertad en la mayor medida posible; pero discutir solamente sobre los autores de nuestra nación y vanagloriarnos de tener entre nosotros mejores poetas que nuestros vecinos, es más amor a nosotros mismos que amor a nuestro país.

VOLTAIRE, en Essai Sur la Poesie Epique, Don Alonso de Ercilla, Capítulo VIII. Tomo 10. 1834.


Comentarios

  1. "Not the ladies, love, not the courtesies of gentlemen, I sing in love;
    nor the samples, gifts or tenderness of loving affection and care:
    but the courage, the deeds, the feats of those brave Spaniards,
    that to the neck of Arauco, not tamed, they put a hard yoke by the sword".
    "La Araucana", Alonso de Ercilla.

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